El monocultivo desgasta los nutrientes del suelo erosionándolo.
A nivel de todo el mundo los gobiernos están promoviendo activamente la expansión de monocultivos de árboles a gran escala, a pesar de los graves impactos sociales y ambientales ya constatados en las plantaciones existentes. Quienes impulsan este modelo afirman que las plantaciones son bosques, lo cual no es cierto. Las plantaciones no son bosques.
En todo el mundo, quienes conocen mejor este tema son las poblaciones locales que sufren directamente los impactos, tales como:
- Pérdida de biodiversidad (alimentos, medicinas, leña, materiales para vivienda, artesanías, entre otros)
- Alteración del ciclo hidrológico, que resulta tanto en la disminución y agotamiento de fuentes de agua, así como el aumento de las inundaciones y deslizamientos.
- Disminución de la producción de alimentos.
- Degradación de suelos.
- Pérdida de culturas indígenas y tradicionales dependientes de los ecosistemas originales.
- Conflictos con empresas forestales sobre tenencia de la tierra en territorios indígenas y de otras comunidades tradicionales.
- Disminución de fuentes de empleo en zonas de tradición agropecuaria.
- Expulsión de la población rural.
- Deterioro del paisaje en zonas turísticas.
Uno de los impactos más importantes de las plantaciones es la apropiación de grandes parcelas de tierra que previo el establecimiento de las mismas, satisfacían las necesidades de supervivencia de pueblos locales. En casos como el de Sarawak (Malasia), se considera que las empresas forestales plantadoras de árboles son peores que las empresas taladoras. Esto se debe a que estas últimas cortan los mejores árboles y degradan el bosque pero finalmente se van, mientras que las empresas plantadoras cortan todos los árboles del lugar, plantan los suyos y se quedan. La apropiación de tierras es total y permanente, privando así a los pobladores locales de todos los recursos a los que antes tenían acceso.
En todos los casos, las plantaciones se promueven con la promesa de generar empleo, pero la realidad demuestra que después sucede totalmente lo contrario. Cuando los bosques y las tierras de cultivo son sustituidos por plantaciones industriales de árboles, los pobladores locales pierden sus fuentes de ingreso y sustento. Por otra parte, los escasos trabajos temporales que proporcionan las plantaciones no son una solución al problema de desempleo que ellas mismas generan.
Los impactos que en general se perciben como ambientales son al mismo tiempo sociales. Es el caso de los impactos sobre el agua. En Tailandia, gran parte de la lucha contra las plantaciones de eucaliptos se centró en el agotamiento de los recursos hídricos que estos árboles producen, en zonas donde el agua es esencial para el cultivo de arroz. En este país, los pobladores locales llaman al eucalipto “el árbol egoísta”, precisamente por la forma en que agota los recursos hídricos.
Mucho se ha dicho y escrito en las últimas semanas sobre el conflicto con el campo, pero poco acerca de la complejidad del modelo de monoproducción de soja. Tampoco se han mostrado las profundas transformaciones que supone, centrándose de modo excesivo en la puja distributiva sobre las ganancias en el sector agrícola. En mayor o menor medida, las intervenciones han hecho alusión al auge de las actividades productivas, pero poco han dicho acerca de sus efectos negativos. Por ejemplo, el deterioro de los recursos naturales que utilizan, los efectos perniciosos sobre la heterogeneidad de la estructura social rural, los significativos impactos negativos sobre las otras actividades productivas que se ven desplazadas, la expulsión de un importante sector de la población rural hacia la periferia de las grandes ciudades y los peligrosos efectos sobre la salud de la población.
No aparecieron tampoco los verdaderos sectores dominantes de las cadenas de valor: las grandes empresas transnacionales que manejan la comercialización y producción de las semillas genéticamente modificadas y de los agroquímicos utilizados (fundamentalmente, el glifosato).
La política de retenciones móviles se basa en la necesidad de captar una parte importante de la renta producida por la exportación de soja y sus derivados, lo cual a su vez supone una valoración del activo papel del Estado en la implementación de una redistribución progresiva, ya que estos fondos permitirían generar infraestructura, financiar los planes sociales, mantener un dólar elevado y subsidiar a diversos sectores menos favorecidos, entre otras cuestiones. Dicha política también responde a la necesidad de intervenir en la economía a fin de regular los precios del mercado interno.
A lo largo de los últimos doce años el modelo sojero se ha desarrollado, a una velocidad y escala pocas veces vista, bajo el ala protectora de los respectivos gobiernos, aprovechando la coyuntura de altos precios internacionales para obtener la mayor cantidad de recursos fiscales posibles del sector exportador de granos.
El monocultivo se basa en un paquete tecnológico que se vende como el logro de un gran proyecto de desarrollo pero que, sin embargo, prescinde del trabajo del agricultor y de hecho expulsa a la mano de obra del campo.
Existen una gran cantidad de externalidades negativas generadas por dicha forma de producción que no están siendo consideradas, fundamentalmente:
- La destrucción de los recursos naturales cuando se avanza sobre el bosque, el monte y la yunga para implantar el monocultivo.
- Las actividades adicionales que dejan de realizarse ante la producción de soja.
- Los efectos perniciosos sobre la salud de la población, fundamentalmente, a través del uso masivo, invasivo e indebido del glifosato.
- Los efectos destructivos sobre la biodiversidad y el suelo, que según diversos estudios tienen altísimos costos para la reposición artificial de los nutrientes extraídos y que, por otra parte, no siempre es posible llevarlo a cabo.
- Los efectos sobre la salud de la población en general en relación con los posibles efectos de los productos genéticamente modificados sobre los seres humanos. En este caso habría que tener en cuenta el principio de precaución de la Agenda 21, que fue firmada por nuestro país y que señala que “cuando haya peligro de daño grave e irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en función de los costos para impedir la degradación del medio ambiente”.
- Los efectos colaterales sobre otras actividades, como el caso de la ganadería, los tambos, la apicultura y las actividades económicas de las organizaciones campesinas e indígenas que en muchos casos han sido desplazadas de sus tierras.